domingo, 7 de octubre de 2007

Superhombres

No solo existe el superman que todos conocemos. Existen otros. No me refiero a las diferentes versiones de héroes, ni a aquellos personajes de películas, generalmente americanas, que hacen y deshacen, suben y bajan, nunca les pasa nada, las balas les esquivan, sus huesos no se rompen, no les circula sangre por las venas y tienen más vidas que un gato (de esos puede que hable otro día).

Me refiero a los superhombres de verdad, a aquellos que sí que existen, aquellos de andar por casa y que arriesgan su vida a diario para que nosotros vivamos en un mundo mejor.

Hoy quiero reflexionar sobre las personas que se dedican a servicios de urgencia, bomberos, policia, rescate, voluntarios o asistencia de diversos tipos.

No es solo que hagan un trabajo encomiable, y que de vez en cuando puedan sentirse orgullosos por haber salvado vidas. Es el añadido de que cuando comienzan su jornada nunca saben si el riesgo va a estar ahí, escondido, esperando, traidor. Hoy puede ser un día tranquilo y aburrido sin nada que hacer y en cuestión de segundos deben subirse al helicóptero, al coche de bomberos, o esquivar las balas de un atracador. Y la vida no es como las películas. En la vida real los helicópteros no flotan eternamente en el aire, y si se caen no salen los ocupantes como si nada hubiera pasado. En la vida real el fuego quema, y si no tienes cuidado puedes acabar en el hospital o algo peor. En la vida real las personas no repelen las balas ni los cuchillos, ni pueden correr eternamente sin cansarse.

Nos levantamos por la mañana, salimos a la calle y seguimos con nuestra vida. Cuando oímos una sirena, o vemos despegar el helimer seguimos a lo nuestro sin pararnos a pensar que el hecho de oír esa sirena signifique que alguien está pasando por serios problemas. Son las cosas de la vida. Menos mal que esas personas que tienen problemas cuentan con personas que de mejor o peor forma, están ahí para ayudar.

Cuando pienso en su trabajo, a lo que se enfrentan y lo que consiguen, hace que me sienta pequeño, y que los problemas diarios de lo que nos quejamos pierdan su importancia, pero claro, ojos que no ven, corazón que no siente.

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