Leía el otro día por ahí sobre la historia de una persona “agraviada”. Esa persona se había ofendido por unos comentarios y sin decir nada se fue de forma abatida y sin dar explicaciones.
Los “agraviadores”, en vez de ejercer la autocrítica (¡Que de moda está esa palabra y que poco de moda está el ejercer lo que esta palabra significa!) se quedaron panchos y tranquilos echando la culpa a la persona que se había ido porque «algún problema tendría que arreglar consigo misma», o, «si le escuece es porque tiene algo pendiente, algo que curar», o «lo que vemos de los demás en realidad es lo que tenemos que arreglar nosotros», o «el que se pica, ajos come».
En mi opinión una ofensa es una ofensa. Y en una ofensa participan dos actores, el ofensor y el ofendido. Para el ofensor es mucho más sencillo echar balones fuera y utilizar conceptos carentes de sentido y obtenidos de la nada.
Pondre ejemplos:
1. Si a alguien le dices que es feo y se ofende, el ofensor dirá que es que tiene un problema con el tema de la apariencia física, y que es feo en realidad.
2. Si a alguien le dices que está gordo y se ofende es, según el ofensor, porque en realidad está gordo y no ha aceptado su obesidad.
3. Si a alguien le dices que es un ingrato y se ofende, es porque además de ser ingrato, tiene un problema con la aceptación de ese defecto.
Yo creo que si a cualquiera le llamas feo y no es cierto, tiene todo el derecho del mundo a ofenderse y eso no significa que tenga un problema. Si a alguien feo le llamas feo también tiene todo el derecho del mundo a ofenderse porque es una falta de respeto.
Quizás lo que ocurre con muchas personas que tiran del argumento del espejo es que no respetan al prójimo como deberían porque o bien se creen en posesión de la verdad absoluta, o bien son conscientes de sus limitaciones y utilizan la teoría para justificar su daño a los demás, lo cual no dice mucho bueno de ellos.
En una situación así pienso que es mucho más constructivo y productivo el que el ofensor se preguntase que ha hecho o dicho para ofender, pida disculpas y no vuelva a ofender.
Puede parecer de perogrullo, pero para algunos no es así.
Quizás si el ofensor se pusiera en el pellejo del ofendido, si fuera capaz de ver el mundo desde los ojos del otro o si se subiera a la mesa para poder ver las cosas desde otro punto de vista, no solo su único y egocéntrico punto, todo sería mucho más sencillo, aunque me temo que en estos casos el ofensor está tan arriba en su nube que no bajará jamás.
Los “agraviadores”, en vez de ejercer la autocrítica (¡Que de moda está esa palabra y que poco de moda está el ejercer lo que esta palabra significa!) se quedaron panchos y tranquilos echando la culpa a la persona que se había ido porque «algún problema tendría que arreglar consigo misma», o, «si le escuece es porque tiene algo pendiente, algo que curar», o «lo que vemos de los demás en realidad es lo que tenemos que arreglar nosotros», o «el que se pica, ajos come».
En mi opinión una ofensa es una ofensa. Y en una ofensa participan dos actores, el ofensor y el ofendido. Para el ofensor es mucho más sencillo echar balones fuera y utilizar conceptos carentes de sentido y obtenidos de la nada.
Pondre ejemplos:
1. Si a alguien le dices que es feo y se ofende, el ofensor dirá que es que tiene un problema con el tema de la apariencia física, y que es feo en realidad.
2. Si a alguien le dices que está gordo y se ofende es, según el ofensor, porque en realidad está gordo y no ha aceptado su obesidad.
3. Si a alguien le dices que es un ingrato y se ofende, es porque además de ser ingrato, tiene un problema con la aceptación de ese defecto.
Yo creo que si a cualquiera le llamas feo y no es cierto, tiene todo el derecho del mundo a ofenderse y eso no significa que tenga un problema. Si a alguien feo le llamas feo también tiene todo el derecho del mundo a ofenderse porque es una falta de respeto.
Quizás lo que ocurre con muchas personas que tiran del argumento del espejo es que no respetan al prójimo como deberían porque o bien se creen en posesión de la verdad absoluta, o bien son conscientes de sus limitaciones y utilizan la teoría para justificar su daño a los demás, lo cual no dice mucho bueno de ellos.
En una situación así pienso que es mucho más constructivo y productivo el que el ofensor se preguntase que ha hecho o dicho para ofender, pida disculpas y no vuelva a ofender.
Puede parecer de perogrullo, pero para algunos no es así.
Quizás si el ofensor se pusiera en el pellejo del ofendido, si fuera capaz de ver el mundo desde los ojos del otro o si se subiera a la mesa para poder ver las cosas desde otro punto de vista, no solo su único y egocéntrico punto, todo sería mucho más sencillo, aunque me temo que en estos casos el ofensor está tan arriba en su nube que no bajará jamás.